Armando Bravo tiene 30 años de edad, inventó un brazo biónico que saldrá al mercado en 2009 y será una alternativa accesible para las personas que carecen de ese miembro, situación al alza puesto que en el IMSS se reportan más de 3,000 amputaciones por año.
En entrevista dijo que está orgulloso de haber creado algo para mejorar la calidad de vida de las personas, pero además de que su producto no tenga competencia o si la tiene está muy lejos de ofrecer las mismas ventajas.

Ello, expuso, porque a nivel mundial sólo hay tres firmas -una alemana, una estadounidense y una sueca- que ofrecen ese producto, pero está dirigido a una población con alto poder adquisitivo, ya que un brazo biónico se vende en entre 25,000 y 75,000 dólares.
En tanto el brazo del inventor mexicano costará entre 5,000 y 10,000 dólares, y está en pláticas con instituciones de crédito para que una vez que la prótesis se convierta en producto pueda venderse con facilidades de pago.
Es una historia de éxito y para desarrollar un ojo y una pierna biónicos sabe que incluso puede contar con apoyo de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), que asigna un presupuesto para los temas de salud y discapacidad.
El invento le dejó tres premios nacionales a partir de 2006 y piensa proyectarlo hacia un mercado a nivel internacional.
No obstante, crear el prototipo, patentarlo por módulos (dada la complejidad no se puede comprimir en un solo documento) y luchar por hacerlo realidad le llevó ocho años y muchos esfuerzos.
Aunque actualmente recibe apoyos del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), durante años él cubrió los gastos (700,000 u 800,000 pesos) con el dinero que ganó por impartir cursos de diseño y manufactura.
De haber contado con apoyo, dijo, “el tiempo que me ha llevado todo esto se hubiera acortado a la mitad. Y no se trata únicamente de dinero, porque también requiere capacitación, aprendizaje y pruebas”.
“El dinero ayuda mucho para contratar asesorías o pagar pruebas y ensayos de manufactura o electrónica”, expuso el joven inventor, luego de aclarar que ahora tiene contratado un equipo y recibe asesoría de un colaborador y amigo para registrar la patente.
Después de años de abandonar la carrera de medicina con el deseo de inventar un brazo para apoyar a las personas a las que vio ser amputadas o a quienes nacieron sin esa extremidad, señaló: “hay muy poco apoyo, se da a cuentagotas y además cuesta mucho obtenerlo”.
Además, indicó, “uno cuando es estudiante no sabe de apoyos. Escuchas que Conacyt o la Secretaría de Economía tienen programas para apoyar proyectos de base tecnológica, pero me atrevo a decir que la mayoría de los estudiantes, si no es que todos, los desconoce”.
Ante ese panorama consideró que el Conacyt debe mandar a unos cinco o 10 voceros a las escuelas y a centros de investigación para ofrecer pláticas sobre esos apoyos, porque el mismo magisterio los ignora. “Si los maestros lo desconocen, imagínate cómo están los alumnos”.
Egresado de la Unidad Profesional Interdisciplinaria de Ingeniería y Tecnología Avanzadas del Instituto Politécnico Nacional (IPN), Armando Bravo Castillo es un caso aislado en una sociedad que tiene un registro muy bajo de inventos a nivel general.
Sobre cuántos inventos crean los jóvenes por año en México, Judith Zubieta García, secretaria de Innovación Educativa de la Coordinación de Universidad Abierta y Educación a Distancia de la UNAM, dijo no tener esa cifra y “dudo que alguien las tenga”.
La también coordinadora del programa Verano de la Investigación Científica de la Academia Mexicana de Ciencias se refirió a los esfuerzos de esa institución para infundir la curiosidad científica en los estudiantes de licenciatura.
Como ejemplo citó el programa que dirige, Verano Científico, mediante el cual se da una beca de manutención y transporte para la estancia de un joven -entre ocho y nueve semanas- en centros de investigación bajo la supervisión y guía de un investigador. Este año, con la 18 convocatoria, participarán mil estudiantes.
“Son más bien actividades de difusión, divulgación e inmersión en actividades de investigación. No tenemos en la academia ningún programa destinado a reconocer ni a tratar de conseguir estadísticas que permitan saber cuántos descubrimientos, inventos u aportaciones de jóvenes por año o por disciplina de conocimiento” se dan, aclaró.
Hasta donde tiene conocimiento ninguna instancia dentro de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) ni en otra institución de educación lleva un seguimiento exacto de innovaciones y de la participación de los jóvenes.
No obstante, opinó que “estamos todavía en un momento en el que lo que tenemos que hacer es promover que nuestros jóvenes consideren otras carreras, que puedan desarrollar nuevas vocaciones, en donde participe la ciencia y la tecnología”.
Al respecto, Juan Pedro Laclette, presidente de la Academia Mexicana de Ciencias (AMC), aseguró que la fortaleza mexicana en investigación básica es mucho mayor que la de la innovación.
En otras palabras, comentó, la innovación es una tarea prioritaria para lograr que la cadena de valor que se compone por investigación, desarrollo e innovación reditúe en productos para la comunidad. Es esa cadena, en el último eslabón falla más que en los otros, opinó.
En 2004, según cifras del organismo, México registró 136 patentes, Brasil 283, Estados Unidos 45,111, Japón 25,145, Alemania 15,870, Francia 5,522, Inglaterra 5,115, Corea 1,747, China 2,452, Israel 1,481 e India 648.
La innovación significa que las ideas se conviertan en productos e impacten a la sociedad, pero recordó que ello requiere de la participación de la industria.
Abundó que en Estados Unidos casi tres cuartas partes de la inversión en investigación, desarrollo e innovación la llevan a cabo las industrias.
En la Unión Europea se fijó el objetivo de lograr tres por ciento de inversión del Producto Interno Bruto (PIB) para el ramo, pero de esa cifra dos terceras partes deben provenir de la industria.
En México, lamentó, aún hay mucho qué hacer para atraer la inversión privada a fin de impulsar esa cadena.
Notimex/El Economista