En febrero de 2017, el musica y alma de Pink Floyd, Roger Waters intentó contactar a Thom Yorke vocalista de Radiohead para expresar su preocupación por el concierto que Radiohead tenía programado en Tel Aviv ese julio. Waters, un ferviente defensor del movimiento BDS (Boicot, Desinversión y Sanciones), argumentaba que actuar en Israel equivalía a avalar las políticas de ocupación contra el pueblo palestino. Su correo fue seguido por una carta abierta en abril de 2017, firmada por más de 50 figuras prominentes, instando a Radiohead a cancelar el show. Yorke, sin embargo, no solo decidió seguir adelante con el concierto, sino que respondió airadamente, calificando la presión como “divisiva” y defendiendo la música como un espacio neutral. Este episodio marcó un punto de inflexión: Yorke optó por el silencio frente a las críticas, dejando que el debate se diluyera en el tiempo, hasta ahora.

El 30 de mayo de 2025, Thom Yorke, líder de Radiohead, decidió finalmente hablar sobre el conflicto entre Israel y Palestina a través de un extenso comunicado en Instagram. En él, condenó tanto al gobierno de Netanyahu como a Hamás, intentando posicionarse en un punto medio.

Condenó las acciones de ambos lados, criticando la “política del sufrimiento” de Israel y los métodos de Hamás, mientras expresaba su frustración por la presión para tomar partido. Pero, ¿por qué esperar más de ocho años para hablar? La tardanza de Yorke plantea preguntas sobre su intención. ¿Fue una respuesta a la creciente polarización global sobre el tema? ¿O un intento de limpiar su imagen tras años de críticas, especialmente de figuras como Waters, quien en diciembre de 2024 lo llamó “un completo idiota” por su postura?

Críticamente, la demora de Yorke puede interpretarse como una evasión estratégica. En 2017, Radiohead estaba en el apogeo de su gira A Moon Shaped Pool, y tomar una postura clara pudo haber alienado a parte de su audiencia o generado más controversia. Mantenerse al margen le permitió a Yorke evitar el escrutinio inmediato, pero también alimentó la percepción de indiferencia hacia un tema que, para muchos, no admite neutralidad. Su declaración de 2025, aunque bien escrita, llega en un momento en que el debate ya ha evolucionado, y sus palabras, aunque reflexivas, no logran apaciguar a quienes esperaban una postura más contundente a favor del boicot.

El impacto de la tardanza
La respuesta tardía de Yorke tiene un doble filo. Por un lado, su comunicado muestra un intento de empatía, reconociendo el sufrimiento de ambos lados en el conflicto. Por otro, su neutralidad sigue siendo un punto de fricción para quienes, como Waters, ven el boicot cultural como una herramienta esencial para presionar a Israel. La espera de más de ocho años también resta peso a su mensaje: lo que pudo haber sido un pronunciamiento influyente en 2017 ahora se siente más como una reacción defensiva que como un aporte significativo al diálogo.
Además, la forma en que Yorke aborda la presión recibida —quejándose de ser “señalado”— puede leerse como una falta de autocrítica. Mientras Waters y otros activistas han sido consistentes en su mensaje, Yorke parece haber subestimado el impacto de su silencio. En un mundo donde la opinión pública se forma rápidamente en redes sociales, su demora lo expone a críticas de oportunismo o de intentar salvar la cara en un momento conveniente.