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“La vida con el trastorno bipolar puede ser dura. A veces me hundo en la depresión, incapaz de salir de la cama, lloro de forma descontrolada. Y cuando estoy feliz apenas me detengo a comer o dormir hasta que rozo los límites del agotamiento y la desesperación”.
Son las palabras de Charlotte Walker, activista de salud mental, escritora y autora del blog sobre trastorno bipolar Purple Persuasion.
“Siempre es una lucha encontrar el término medio. Tomo medicamentos y eso me ayuda. Pero también trato de gestionar mi condición de otras maneras”, explica la escritora, quien asegura que la práctica del “mindfulness” (atención plena) le resulta particularmente efectiva.
Y por eso Charlotte se alegró cuando una lectora llamada Rosie la contactó para ofrecerle una sesión intensiva de 25 días de yoga, para así poder compartir después su experiencia.
La bloguera asegura que en la década de 1990 era “una gran fanática del yoga”.
“Practicaba las asanas (posturas de yoga) a diario, en base a textos hindúes, y me ayudaron a calmar mi mente hiperactiva“, declara.
Su psiquiatra le animó a probarlo de nuevo, una idea que también apoyó Tom, el marido de Charlotte. “Tal vez pueda ayudarte a ganar control sobre tus emociones”, le dijo.
Así que Charlotte reservó tres clases la primera semana, mientras se preguntaba sobre si podría volver a practicar los asanas después de tanto tiempo y con unos kilos más.
“En el yoga no existen los prejuicios. Si alguien está ahí para juzgar, entonces no están practicando yoga”, le dijo Rosie.
El estudio al que iba a ir Charlotte se especializaba en “Power Yoga“, una práctica en la que hay un movimiento dinámico de una postura a otra.
“Cuando llegué al estudio las luces estaban tenues, el aire estaba perfumado y sonaba música relajante. Escogí una colchoneta al fondo de la clase para tener algo de privacidad”, relata Charlotte.
“La música aceleró y comenzamos. Nuestra profesora, Lea, nos seguía pidiendo que fuéramos bajando hacia el suelo, primero las rodillas, luego el pecho, después la barbilla”.
“Logré hacerlo con las rodillas, pero me caí hacia adelante varias veces”.
Charlotte asegura que sus músculos temblaban fatigados y que se sintió aliviada al tumbarse y relajarse.
“Con los ojos cerrados, me sorprendí cuando Lea se colocó detrás de mi, masajeando mi frente con aceite perfumando. Soy bastante agnóstica, pero mientras presionaba su pulgar entre mis cejas me sentí como la hija de Dios. Suena cursi, pero es cierto”, le contó Charlotte a la BBC.
La bloguera dice que su segunda clase tuvo lugar en una sala más amplia y más iluminada, “sin lugar para esconderse”.
Charlotte se volvió a caer varias veces, al mismo tiempo que recordaba nombres de posturas de yoga que creía olvidados. Cobra. Arco. Gato. Y el Perro Boca Abajo. Este último muchas veces.
Charlotte probó entonces un estilo de clase diferente: “Yin Yoga“, una modalidad en la cual cada postura debe mantenerse durante varios minutos “aceptando y trabajando sensaciones intensas“, explica.
“Al principio sentí un poco de pánico. El malestar físico es muy parecido al emocional. Pero al final tuve una sensación de logro real. Me quedé con ella. Hasta el momento, ha sido la clase más difícil”.
Dice que, a pesar de seguir practicando yoga durante dos semanas más, todavía siente que esa clase fue la más dura, “incluso con el mismo profesor y mezclando posturas y niveles de energía”.
Una constante, explica, es el compromiso con la atención plena.
“Respirar es fundamental en el yoga y mucha gente lo ve como una meditación en movimiento. Una frase de una de las clases todavía resuena en mi cabeza: sin respiración, el yoga serían tan sólo formas“.
Durante las clases, a Charlotte le pidieron que estableciera objetivos para llevar a cabo el ejercicio, de manera que debía preguntarse por qué estaba allí y qué quería lograr con ello.
“Entonces tuve un momento de iluminación repentina. Todo lo que quería lograr físicamente era exactamente lo que quería alcanzar a nivel mental“.
“Quiero ser fuerte, estable y lograr un equilibrio; quiero tener el control”, relata.
Charlotte se vio a sí misma en esa colchoneta, avanzando poco a poco, mejorando en el ejercicio y sintiéndose más fuerte.
“He asistido a seis clases en los últimos seis días, y 16 en total. Me siento mejor mental y físicamente y veo menos diferencias entre ambos estados”.
“Continúo descubriendo músculos que no sabía que tenía y no había tenido abdominales en años. Tom dice que me nota más equilibrada y la gente comenta lo bien que me ven”.
Y agrega: “En mi interior, siento una claridad que quiero mantener. Las situaciones de estrés ya no son tan estresantes. Ya no estoy tan abrumada por la ansiedad”.
“Sigo teniendo el extraño día eufórico y el ocasional día bajo, pero las clases parecen haberme ayudado a encontrar un equilibrio“.
“El yoga forma, de nuevo, parte de mi vida, no tengo ninguna duda, voy a continuar. Me ha ayudado a encontrar mi punto medio”, concluye.
Via: BBC Mundo
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